lunes

=)



Splinter.


domingo

Again, ♥


You blew up my mind.

Hermosa fatalidad.

Qué le voy a hacer.

La sexualidad y los valores humanos

El carácter que, más que ningún otro, da fe del fundamento metafísico oculto en todo amor humano es su trascendencia: trascendencia con respecto al ser individual; transcendencia con respecto a sus valores, a sus normas, a sus intereses corrientes, a sus lazos más íntimos y, en el caso límite, con respecto a su bienestar, a su tranquilidad, a su felicidad e incluso a su propia vida física.
Lo "entero", lo incondicionado, sólo puede encontrarse más allá de la vida de un Yo encerrado en el interior de los límites de la persona empírica, física, práctica, moral o intelectual. Así, por regla general, sólo lo que transporta fuera de esa vida y de ese Yo, lo que provoca en ellos una crisis, lo que induce en ellos una fuerza mayor, que desplaza el centro de ellos más allá de lo que ellos son -aunque eso, si es preciso, se produzca de manera problemática, catastrófica o destructora-, sólo eso puede abrir, llegado el caso, el camino hacia una región superior.
Ahora bien, el caso es que, en la existencia corriente, hay pocos estados que, como los condicionados por el amor y la sexualidad, realicen en los seres humanos cierto grado de esa condición de trascendencia. Sería verdaderamente redundante subrayar todo el papel que el amor, tema eterno e inagotable en el arte y la literatura, ha podido desempeñar en la historia de la humanidad, en la vida individual y colectiva: favoreciendo la elevación y el heroísmo lo mismo que la ignominia, la abyección, el crimen y la traición. [...]
Sería superfluo extenderse en las consecuencias sociales del poder "trascendente" del amor. Ese poder puede violar las barreras de las castas y de la tradición; puede convertir en enemigos a personas de la misma sangre y que comparten las mismas ideas, alejar a los hijos de los padres, destruir los lazos fijados por las instituciones más sagradas. [...] Confucio reveló que jamás se ha hecho tanto por la justicia como por la sonrisa de una mujer, y Leopardi, en Il primo amore, le reconoce al eros el poder de convertir en vanos todos los objetivos de la vida, todo estudio e incluso el amor a la gloria, y el de hacer despreciar todo otro placer. [...] "Una sola mirada tuya", afirma el Fausto de Goethe, "una sola palabra tuya -oh jovencita- me produce más gozo que todo el saber universal". [...] Todo eso lo confirma la sexología, que reconoce que "el amor en cuanto pasión desencadenada, es como un volcán que todo lo quema y lo consume: es un abismo que engulle honor, fortuna y salud". [...]
La consecuencia que hay que extraer de todo ello es que uno espera del amor algo absoluto; no duda en conceder a sus fines la preponderancia sobre la virtud y colocarse efectivamente más allá del bien y del mal. Si el sentido último del deseo que empuja al hombre hacia el ser amado es aquel del que ya hemos hablado, o sea la necesidad de ser en el sentido trascendente, entonces lo que acabamos de revelar, y que nos muestra la vida de cada día, resulta comprensible con certeza. También resulta comprensible que, en los casos extremos, aquellos en los que este sentido último se vive oscuramente en paralelo a una intensidad particular de la fuerza elemental del eros, el individuo pueda verse, cuando el deseo no encuentra satisfacción, empujado al suicidio, al asesinato o a la locura. El espejismo que el propio amor profano ofrece como reflejo o presentimiento de lo que el eros puede dar cuando pasa a un plano superior -la felicidad suprema atribuida a la unión con cierto individuo- es tal que, si se ve negado o roto, es la vida misma la que pierde todo atractivo, se vuelve vacía y sin sentido, y el hastío puede llevar a algunos a acortar su existencia. Eso explica porqué la pérdida de la amada, debido a su muerte o a su infidelidad, puede ser el mayor de los sufrimientos. [...] La contribución positiva de Schopenhauer se debe al hecho de que indicó que, si los sufrimientos del amor traicionado o roto superan a todos los demás, es porque se apoyan en un elemento no empírico y psicológico, sino trascendente. En algunos casos no es el individuo en su finitud lo que queda herido, sino lo que de esencial y eterno contiene: no la especie en él, sino su núcleo más profundo, su necesidad absoluta de ser y de confirmación, necesidad encendida por el eros y por la magia del otro.
Hay otros casos igualmente interesantes en el mismo orden de ideas: aquellos en los que el amor sexual no sólo no está asociado a afinidades de temperamento y a inclinaciones intelectuales comunes, sino que puede durar en incluso reafirmarse paralelamente al desprecio y al odio expresados por el individuo empírico. Hay, en efecto, situaciones para las que vale esta definición del amor dada por un personaje de Bourget: "¡y eso es el amor!... Un odio feroz entre dos acoplamientos". El factor "odio", en el amor, reclamará consideración aparte, porque puede tener un significado más profundo, no existencial, sino metafísico. Por otro lado, no obstante, podemos considerarlo e integrarlo en el conjunto de fenómenos de trascendencia que [...] se verifican principalmente cuando la fuerza del estrato elemental predomina sobre los condicionamientos propios no sólo del individuo social y de sus valores, sino también del individuo considerado desde el ángulo de su preformación, de su naturaleza propia, de su carácter: se trata entonces de un deseo absoluto, contra el cual nada pueden ni siquiera el odio y el desprecio para con el ser amado. Tales casos, precisamente, deben valer para nosotros como "prueba reactva": nos hablan de lo que hay de verdaderamente fundamental en el eros, incluso cuando se está en presencia de casos distintos, los casos en los que no hay oposición ni heterogeneidad humanas notables entre las dos personas, los casos, por consiguiente, en los que el magnetismo elemental puede encenderse en un clima desprovisto de grandes tensiones.

En "Metafísica del sexo", de Julius Evola.